CONCURSO DE RELATOS LMM "EN LA ESQUINA CON DALIA"
Esta mañana bulliciosa de jueves empiezan las clases. Dejo a mis hijos en la puerta del colegio al que acudí hace treinta años y al levantar la mirada regreso a esa época.
Apoyado contra la valla del San Patricio, te vi por primera vez, fumando el último cigarrillo antes de empezar las clases. Ese año repetías y entraste en mi aula como Gary Cooper sin miedo al peligro. Igual de espigado, ajeno al efecto que causabas, y con esa elegancia que la naturaleza regala a algunos incautos. Mientras buscabas dónde sentarte al final del pasillo, tus ojos azul océano se cruzaron con los míos. Aún tenías la piel morena de la playa y, con solo mirarte, el verano estalló en mi pecho.
Hoy habría sido como cualquier otro inicio de curso si no hubieras bajado de un Volvo con dos niños algo mayores que los míos. El mismo magnetismo en tus ojos, ahora resaltados por unas canas que te favorecen. Casi he olido la colonia que usabas en la adolescencia cuando compartíamos recreo en aquel patio inmenso. Te acercaste de lo más natural a pedirme fuego y ese perfume me ruborizó. Enseguida asumiste el papel de veterano para presentarme a tu grupo de amigos.
No te ha ido mal, aunque yo esperaba otra cosa. Me entristece encontrarte de vuelta en La Moraleja, así de cómodo en un traje impecable, con una vida de la que renegabas. Tan vivo, tan libre como eras. Traspasaste los límites para dedicarte a la música, sin miedo a las expectativas familiares.
Desde el día en que me invitaste a acompañaros al laguito, donde alargamos la tarde antes de volver a casa, solo existías tú. Mi vergüenza habitual se disipó en una conversación sobre música y libros, rarezas que no compartíamos con cualquiera. Aprendí a no ahogarme en tus palabras, a comportarme con la tranquilidad de estar a salvo ante tu mirada honesta. Cuando se hizo tarde, te llevé a casa en mi Vespino. Frente al colegio, en la
entrada de Fuenteclara, nos despedimos con el deseo contenido en los labios. Mi corazón no volvió a latir igual.
Mis hijos se despiden con un beso rápido y aprovecho para mirarte agazapada entre sus cabezas. Aún adivino a ese chico que soñaba con recorrer el mundo con su banda de rock. Recuerdo tu voz desgarrada como si el tiempo me devolviera esa entrega, esa presencia frente al micrófono.
Escuchábamos discos en tu habitación, donde me enseñaste a querer, a vivir cada día esperando el fin de semana. Nuestro amor fue un viaje sin freno a lo largo del curso. Hasta la fiesta de San Patricio, que prometía una primavera con más tardes de gloria.
¡Qué año! No sé cómo conseguí aprobar. Me dedicabas canciones en las actuaciones, aunque la banda y la cerveza me fueron robando las caricias furtivas. Habría dado todo por recuperar tu cara pendiente de mis labios, pero los focos nublaron el sueño.
Después de Selectividad, salisteis de gira por la costa y te alejaste tanto como el éxito que esperabas. Esa frustración te empujó a la noche, y en ella, a otros labios menos candorosos. Cuando regresaste, una tormenta de finales de agosto anunció la ruptura. Nunca llovió tanto en la calle Jazmín.
Me camuflo entre otras madres porque, después de tantos años, he revivido el verano en mi pecho. Pero prefiero diluir el recuerdo de aquel primer amor con ternura. Y mañana dejaré a los niños en la esquina con Dalia.